Un bien inmaterial perseguido desde los inicios de la humanidad y reconocido como cosa que toda región debe garantizar a sus habitantes en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Todas lo quieren, todas deberían tenerlo pero pocas lo tienen. Ya dicen que lo bueno se hace rogar y ojalá éste se consiguiera con paciencia y esfuerzo, ingenio y sudor, pero no es así. En muchas ocasiones y por mala suerte, las pocas que lo tienen son personas que se encuentran en la cima de la pirámide jerárquica de nuestra sociedad, adineradas y con poder de sobras para manipular a la clase obrera, a quienes les privaron de este bien, ahora privilegio, mucho tiempo atrás, utilizándolo cuál caramelo a un niño pequeño: “Si te portas bien, te lo daré”.
Estoy hablando de la libertad: libertad de asociación y reunión, de expresión, de pensamiento, de creencia, de residencia y circulación, de cátedra, de enseñanza y de participación en la vida cultural. Vivir en libertad significa hacer lo que se quiera cuando, como, donde y con quien se quiera con un solo y único límite, la libertad de los demás. Nos hacen creer que vivimos en un Estado libre, comparándonos constantemente con países subdesarrollados, pero eso no es más que un cuento chino para tenernos callados: agreden con pelotas de goma y/o agua a presión a aquellas que se manifiestan, desahucian a aquellas que saben que no tienen suficientes recursos como para buscarse donde vivir, llevan a juzgado a aquellas que tuitean algo sobre los altos cargos y devuelven a su país de origen a aquellas que se juegan la vida cruzando el Mediterráneo en patera huyendo de la guerra.
Atendiendo a ésto, pues, la libertad no es más que una utopía muy lejana, aunque estoy convencida de que algún día se logrará, a nivel nacional y internacional.
-Helmi
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